Un día, el semáforo que está en la plaza del Duomo de Milán hizo algo extraño: todas sus luces se tiñeron de azul, y la gente no sabía qué hacer.
– ¿Cruzamos o no cruzamos? ¿Nos quedamos quietos o no?
En todos los círculos del semáforo brillaba una insólita señal azul, de un azul tan azul cómo no lo había estado nunca el cielo de Milán.
Incapaces de entenderla, los automovilistas echaban pestes entre bocinazos, los motoristas tronaban sus motores, y los peatones más corpulentos gritaban: ¡Usted no sabe quién soy yo!
Los más ocurrentes hacían chistes:
– El color verde se lo habrá comido el alcalde, para hacerse un chalet en el campo.
– El rojo lo han usado para teñir los peces de los jardines.
– ¿Sabéis qué hacen con el amarillo? Lo añaden al aceite de oliva.
Finalmente, llegó un guardia y se puso en el medio del cruce a dirigir el tráfico. Otro guardia, mientras, buscó la cajita de los mandos para reparar la avería y quitó la corriente.
El semáforo azul, antes de apagarse tuvo tiempo de pensar:
– ¡Pobrecitos! Les había dado la señal de vía libre para el cielo. Si me hubiesen entendido, ahora todos sabrían volar. Quizás les ha faltado valor.
– Gianni Rodari, Cuentos por teléfono.