De lo que precede se sigue que la voluntad general es siempre recta y tiende siempre a la utilidad pública: pero no se sigue de ello que las deliberaciones del pueblo tengan siempre la misma rectitud. Se quiere siempre el bien propio, pero no siempre se le ve: jamás se corrompe al pueblo, pero a menudo se le engaña; y es entonces solamente cuando parece querer lo que es malo.
Hay a menudo gran diferencia entre la voluntad de todos y la voluntad general: esta no mira más que al interés común, la otra mira al interés privado, y no es más que una suma de voluntades particulares: pero quitad de estas mismas voluntades los más y los menos que se destruyen entre sí,* y queda como suma de las diferencias la voluntad general.
Si, cuando el pueblo suficientemente informado delibera, los ciudadanos no tuvieran ninguna comunicación entre ellos, del gran número de pequeñas diferencias resultaría siempre la voluntad general, y la deliberación sería siempre buena. Pero cuando se forman facciones, asociaciones parciales en detrimento de la grande, la voluntad de cada una de estas asociaciones se vuelve general con respecto a sus miembros, y particular con respecto al Estado; puede decirse entonces que ya no hay tantos votantes como hombres, sino solamente tantos como asociaciones. Las diferencias se vuelven menos numerosas y dan un resultado menos general. Finalmente, cuando una de estas asociaciones es tan grande que prevalece sobre todas las demás, ya no tenéis como resultado una suma de pequeñas diferencias, sino una diferencia única; entonces ya no hay voluntad general, y la opinión que prevalece no es más que una opinión particular.
Importa pues, para tener bien expresada la voluntad general, que no haya sociedad parcial en el Estado, y que cada ciudadano opine solo según él mismo:** Tal fue la única y sublime institución del gran Licurgo.1 Si hay sociedades parciales, hay que multiplicar su número y prevenir la desigualdad, como hicieron Solón, Numa, Servio.2 Estas precauciones son las únicas buenas para que la voluntad general esté siempre esclarecida, y para que el pueblo no se engañe.
* Cada interés, dice el marqués de Argenson, tiene principios diferentes. El acuerdo de dos intereses particulares se forma por oposición al de un tercero. Hubiera podido añadir que el acuerdo de todos los intereses se forma por oposición al de cada uno. Si no hubiera intereses diferentes, apenas se sentiría el interés común que nunca encontraría obstáculo: todo marcharía por sí mismo, y la Política dejaría de ser un arte.
** Cosa verdadera es, dice Maquiavelo, que algunas divisiones dañan a las Repúblicas, y algunas benefician: aquellas dañan que son de bandos y de partidarios acompañadas: aquellas benefician que sin bandos, sin partidarios se mantienen. No pudiendo pues proveer un fundador de una República que no haya enemistades en ella, ha de proveer al menos que no haya bandos. Hist. Florent. L. VII.
1. Licurgo fue el legendario legislador de Esparta (siglo IX-VIII a.C.). Rousseau se refiere a sus reformas que crearon un sistema político donde no existían facciones o grupos de interés privados que pudieran corromper la voluntad general. El sistema espartano se caracterizaba por una igualdad radical entre ciudadanos y una educación colectiva que subordinaba los intereses individuales al bien común del Estado.
2. Solón (Atenas, c. 638-558 a.C.) reformó la constitución ateniense dividiendo a los ciudadanos en cuatro clases según su riqueza, equilibrando así el poder político. Numa Pompilio (segundo rey legendario de Roma, 715-672 a.C.) organizó a los romanos en colegios profesionales y religiosos, multiplicando las asociaciones para evitar el dominio de una sola facción. Servio Tulio (sexto rey de Roma, 578-535 a.C.) reorganizó la sociedad romana en tribus territoriales y centurias, distribuyendo el poder de manera más equitativa. Rousseau destaca que estos legisladores, cuando no pudieron eliminar las sociedades parciales, multiplicaron su número para que ninguna dominara sobre las demás.