No puedo afirmar que la juventud de hoy está menos preparada o formada que la de antes. Las generaciones se definen por cómo afrontan los retos de su tiempo, y no es posible comparar. Sin embargo, como docente, no puedo obviar que mis estudiantes no tienen la resistencia y la flexibilidad mental de quien entrena su mente todos los días; que, por ejemplo, cada vez hay más universitarios que no son capaces de leer un libro.
Leer un libro requiere un esfuerzo mental notable. Por un lado, nos obliga a revivir pensamientos, emociones y decisiones de otras personas utilizando nuestras experiencias como sustrato. Por el otro, necesitamos tener en mente una visión general del libro durante horas, días o semanas: el tiempo que nos hace falta para llegar al final. Nuestra imaginación y nuestra memoria trabajan al unísono, bien coordinadas y al trote. Es una tarea que pone a prueba nuestro cerebro y cuesta tanto como recompensa.
Quien tiene el hábito de la lectura no lo deja. Pero disfrutar de un libro requiere una buena condición intelectual. En la escuela solo nos enseñan las competencias básicas para poder leer libros. La responsabilidad de desarrollar y mantener las capacidades mentales necesarias para leer libros es completamente personal. No hay una receta mágica de 4 lecturas obligatorias, es una cuestión de estar en forma. Sin embargo, los universitarios que no leen libros piensan que lo hacen de manera deliberada. No se plantean que su indiferencia hacia la lectura está condicionada por un estado de forma intelectual insuficiente, que quizás no leen porque no son capaces de leer un libro.
Sí son muy conscientes, en cambio, de las consecuencias de una vida sedentaria a nivel físico. Si les pregunto por una persona que está sentada varias horas al día comiendo gominolas mientras ve pasar stories en el móvil, me responden que esa persona necesita compensar la inactividad con ejercicio físico para no ponerse gorda. No se plantean que esa persona también está atiborrando su cabeza de datos efímeros que no necesita comprender, conectar ni recordar. No conciben que el cerebro también puede engordar.
Debería preocuparnos que, según las estadísticas, dedicamos más de 4 horas al día a las redes sociales. 4 horas al día en las que nuestro cerebro no hace nada más que cebarse. Sí, cebarse. Porque las redes sociales son granjas de engorde, su negocio es la venta cabezas embutidas, cerebros dispuestos a comprar cualquier cosa. Nuestra mente es su producto y la engordan con titulares, fotos y videos efímeros que consumimos con total pasividad. Cada vez que bajamos el dedo para dejarnos ir por el scroll infinito de una red social, somos como los pollos que bajan su cabeza para engullir otro grano más del cebadero.
Deberíamos concienciarnos de que una dieta de información procesada tiene consecuencias tangibles, como que no seamos capaces de leer un libro. Asumir que debemos cuidar nuestros hábitos intelectuales, que necesitamos que nuestra mente salga de su zona de confort y hacer sudar a nuestro cerebro. Eso sí, cambiar nuestros hábitos es difícil, lo más fácil es seguir pasando páginas mientras las dejamos caer en el olvido como si tuviésemos demencia.
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Tribuna publicada por La Opinión de Zamora el 21 de diciembre de 2023 en sus ediciones impresa y digital.